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Cartas trucadas


Se ha extendido como un auténtico tsunami en estos años recientes, la idea de que siempre que la izquierda alcanza el gobierno en nuestra historia nos lleva al desastre y que, gracias a Dios, la derecha impregnada de ese espíritu patriótico que siempre la ha caracterizado, está dispuesta al sacrificio para sacarnos del abismo y llevarnos al Paraíso Terrenal. Ha sido una constante histórica. Tras la revolución política de 1808-1814 con la Constitución de Cádiz tuvo que llegar el gran Fernando VII para imponer el orden. El Sexenio Democrático (1868-1874) fue un auténtico caos, pero allí estaba la monarquía borbónica y Cánovas del Castillo para corregir tal desastre. La II República todavía fue peor, ya que originó la Guerra Civil, mas allí estaban los militares para salvar a la patria. En 1996 al Gobierno de Felipe González, incurso en la podredumbre de la corrupción y una gravísima crisis económica, le sucedió el Gobierno del Gran José María Aznar para conducirnos otra vez a la Tierra Prometida. Y ahora más de lo mismo, José Luis Rodríguez Zapatero, el peor presidente de la democracia española, nos ha llevado a una ruina todavía mayor, pero ahí está de nuevo la derecha, para corregir el rumbo y llevarnos a la prosperidad que nos merecemos.

Para extender este generalizado y patriótico estado de opinión, con el apoyo económico de la gran empresa y las altas finanzas, participan numerosos y poderosos medios de comunicación, desde Interconomía, La Gaceta, ABC, El Mundo, La Razón, El Heraldo, Antena3, que cual máquinas perfectamente ensambladas, paradigmas de buenas prácticas democráticas, día tras día nos transmiten una información veraz e imparcial. También a esta tarea de reconquista del poder y su posterior mantenimiento se ha sumado con fruición la jerarquía católica española. El portavoz de los Obispos, Martínez Camino, deseó a Rajoy y a su Gobierno “acierto y buen tino”. De momento, debe estar acertado. Visto el sepulcral silencio de la Iglesia católica acerca del paquete de recortes sociales, aunque puede que sea porque a ella no la han afectado. Por ende, en España tal como señaló poco ha Ignacio Sánchez Cuenca las ideas liberal-conservadoras son hoy hegemónicas en la esfera pública en nuestro país, defendidas mayoritariamente con vehemencia por gente que fue progresista en su juventud, y a veces hasta marxista-leninista. Y así se ha cumplido lo que ya dijo Gramsci: para alcanzar el poder político es necesaria tener la hegemonía cultural. Con estos precedentes es comprensible que amplios sectores de la ciudadanía española asumieran determinados planteamientos políticos, como auténticos dogmas de fe, y por tanto, votaran y dieran la mayoría absoluta al PP. Mas la sombra del ciprés (ZP) continúa siendo alargada, ya que sirve para todo, para un roto y para un descosido, sea en el pasado, en el presente o en el futuro. Para justificar las recientes y durísimas políticas de ajustes fiscales, con un incremento brutal de IRPF (recargo complementario y temporal de solidaridad) y el IBI (del que la Iglesia católica está exenta); en el retraso a la atención a la dependencia, en la anulación de la ayuda a los jóvenes al retirar la renta de emancipación; de la congelación del sueldo de los funcionarios, además del incremento de su horario laboral y sin tasa de reposición de las plantillas; del mantenimiento del Salario Mínimo Interprofesional, de reducción de las subvenciones y préstamos en I+D+i y de ayuda al desarrollo; del aplazamiento hasta el 1 de enero de 2013 de la ampliación del permiso de paternidad; del ridículo incremento del 1% de las pensiones para la recuperación de su poder adquisitivo.

De todas ellas el culpable se llama ZP. El PP se refugió para incumplir sus promesas electorales en el desconocimiento de la realidad del déficit real de las cuentas públicas, pese a que los mayores desvíos se han producido en comunidades autónomas gobernadas por su partido. En el Parlamento, el PP se desentendió del principio solemnizado por Rajoy en su discurso de investidura, cuando dijo que no pediría "a nadie responsabilidades ya sustanciadas por las urnas". "Sabíamos y sabemos qué nos espera y se nos juzgará por lo que consigamos, no por lo que intentemos o cómo hayamos encontrado las cosas". Han sido suficientes diez días para que Rajoy se tragara también uno de los sables esenciales del ideario del PP: “subir impuestos es un disparate estratosférico”. Eso era antes. Ahora es otra la situación. Y lo curioso, que una gran mayoría de la sociedad española asume también tales virajes, tales rectificaciones y tales mentiras. En La Velada de Benicarló de Manuel Azaña, Garcés (desdoblamiento de Azaña como político) emite un juicio para el momento actual muy oportuno: Percibir exactamente lo que ocurre en torno nuestro, es virtud personal rara. Las muchedumbres no la conocen. Estoy persuadido de que el caletre español es incompatible con la exactitud: mis observaciones de esta temporada lo comprueban. Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre.

Evidentemente, conocidos los resultados, es digna de destacar la extraordinaria habilidad que el gabinete de comunicación del PP ha dado muestras a la hora de diseñar tal estrategia. Obviamente, cuando la situación económica mejore, algo que todo buen español desea, sentimiento que en otras épocas recientes algunos españoles no han tenido. No hace falta ser muy perspicaz para pensar en qué políticos recaerán los méritos. Cartas trucadas.

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