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Calidad educativa y Libertad de elección de centro

 

Los dirigentes populares disponen de unos servicios de asesoría de imagen y de comunicación extraordinariamente hábiles, por lo que cada vez se incrementan sus expectativas de votos. Escasos mensajes, cortos y repetidos constantemente, para que vayan calando y que nadie los pueda cuestionar. “Somos el partido que creó más puestos de trabajo en toda la historia de la democracia en España.” “Dejamos a ZP la mejor herencia que ha recibido nunca un presidente en la democracia española.” “ZP ha creado 5 millones de parados”. “Nuestro compromiso con España: empleo, austeridad y transparencia.” No entran en más detalles, aunque tampoco se los requieren. Muy pocos se cuestionan cómo van a eliminar 5 millones de parados. La austeridad tampoco, a pesar de que el Ayuntamiento de Madrid o la Comunidad de Valencia tengan unas deudas inmensas. Ni tampoco la transparencia, a pesar de ser un partido incurso en uno de los casos de corrupción más escandalosos de toda la historia de la democracia en España. Todavía más, siendo la Comunidad de Madrid la más afectada por esta lacra con numerosos diputados, alcaldes, concejales y cargos públicos populares incursos, su máxima dirigente, la Divina Esperanza, nos la presentan como el adalid anticorrupción. En el ámbito educativo siguen con la misma política de comunicación. Los dos temas más recurrentes para pescar votos son: la calidad de enseñanza y la libertad de elección de centro por parte de los padres. Son muy atractivos para el electorado. ¿Quién puede estar en contra de ellos? También hablan del bachillerato de excelencia. Dolores Serrat, consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón en una entrevista realizada por El Heraldo de Aragón el pasado 15 de agosto, insistía también en la calidad educativa y la libertad de elección de centro. Y como consecuencia lógica que no descartaba la ampliación de los conciertos a los centros privados en infantil y el bachillerato. El objetivo es claro: traspasar alumnos de los centros públicos a los privados. Si a todo aquel alumno, que desee cursar alguna modalidad de bachillerato, se le ofrece una plaza en los institutos, ¿tiene sentido gastar dinero público para subvencionar a centros privados para que impartan una oferta educativa que ya está en los centros públicos?  Mas hay otro objetivo más claro. Todos conocemos el tipo de ideología  que se transmite en la mayoría de los colegios privados, que en su mayoría son confesionales.  Y también la selección del profesorado, sin trasparencia alguna, en la que lo fundamental es el haber sido exalumno, conocido de algún miembro del APA o del Director. En los centros públicos es una ideología muchísimo más plural, sin adoctrinamiento alguno, sobre todo, porque el profesorado seleccionado en una oferta pública, es muy dispar en cuanto a su forma de pensar y entender la vida. También cabe destacar el nombramiento del director general de Política Educativa y Educación Permanente,  Manuel Magdaleno Peña, que "ha sido director de un colegio privado", concretamente el Colegio Jesús María el Salvador, desde 2005. Es muy clarificador que se ponga al frente de la Política Educativa a alguien que ha sido director de un colegio privado.

 

 El vocablo “calidad”  tiene un significa equívoco. Siguiendo el trabajo del profesor Antonio Viñao,  para la ideología neoliberal, la de los populares, la educación en España atraviesa una profunda crisis. Y esta crisis no es de cantidad, sino de calidad, de eficiencia, eficacia y productividad. ¿Cómo puede conseguirse un mejor aprovechamiento de los recursos y, en definitiva, una mejora de la calidad? Mediante la instauración de un mercado educativo competitivo que premie y aliente, con el éxito en dicho mercado, a los mejores, y que castigue, con la amenaza de su desaparición, a los peores. Dicha instauración exige, a su vez, la libre concurrencia de ofertas, y sobre todo -esta es la cuestión clave-, la libertad de elección de centro por los padres. Desde esta perspectiva la educación se convierte no en un asunto político, que afecta a los derechos sociales o a la igualdad social, sino en un asunto individual, en una mercancía más en el contexto de un mercado supuestamente libre.

 

Las propuestas básicas que se deducen de tales supuestos ideológicos son diferentes. La desestatalización de la educación, las políticas de privatización y apoyo a las escuelas privadas y el establecimiento de un clima de competitividad entre los centros docentes mediante la implantación de la libertad de elección de centro. Que sean los padres, como usuarios o clientes, los que elijan el centro docente que prefieren para sus hijos, configurando de este modo, con sus opciones, quién debe seguir en el mercado y quién no.

 

La evaluación de los centros docentes como un instrumento para la asignación de recursos en función de los resultados -dar más al que mejores resultados obtiene, y el establecimiento de un “ranking” público de los centros docentes, en función de los resultados académicos obtenidos por los alumnos, a fin de orientar a los padres en sus opciones.

 

La autonomía de los centros docentes constituye un aspecto más de este tipo de políticas. Una autonomía que desplaza la cuestión de la calidad de la educación del ámbito político o público al privado. La calidad deviene, de este modo, algo cuya responsabilidad corresponde, en exclusiva, a los centros docentes, es decir, a los profesores, a los padres y, sobre todo, a la dirección del centro docente. El director se convierte en un manager o gerente de una empresa, cuyo éxito se mide comparando los resultados académicos de su centro con los de otros y, sobre todo, con la mayor o menor demanda o cuota de mercado que se alcanza.

Todas estas propuestas políticas suponen dos conceptos de calidad distintos que, sin embargo, se manejan conjunta e indistintamente. Uno es el de la calidad como satisfacción de los clientes, un concepto que resalta la importancia del marketing, de la publicidad. Lo importante, lo único importante, es que el cliente se sienta satisfecho con el producto que recibe. Si el cliente está satisfecho la calidad es alta, si no lo está, la calidad es baja. La calidad, por tanto, no es algo que se refiera al producto en sí mismo, sino a una sensación o satisfacción subjetiva de las personas que demandan el producto en cuestión, en este caso la educación.

Pero hay otro concepto de calidad al que también se recurre en este tipo de políticas. La calidad como rendimiento académico, resultados o nivel de conocimientos. Y es justamente este concepto de calidad, de índole supuestamente objetiva, el que sirve, para establecer un “ranking” de los centros privados y públicos que oriente a los padres, o para tomar decisiones en la asignación de recursos públicos dando más a los que mejores resultados obtienen. Este es, además, el concepto de calidad que está detrás de la tesis del descenso del nivel académico que la nueva derecha viene planteando reiteradamente. Y es esta tesis, precisamente, la que justifica, para sus promotores, las intervenciones gubernamentales en el ámbito del currículum, tan típicas de los gobiernos neoliberales, que contradicen los principios, asimismo mantenidos, de desregulación, de no intervención pública en los asuntos educativos y descentralización o autonomía de los centros docentes. Así, en 1988 el gobierno neoliberal de la señora Thatcher estableció por primera vez en Inglaterra un curriculum nacional básico, rompiendo de este modo una tradición de autonomía académica opuesta a cualquier intervención gubernamental de este tipo. Desregulación, por tanto, sí, se dice, pero cuidado, en unos ámbitos no en otros, no en el ámbito del currículo

 

La libertad de elección de centro docente constituye, como se ha visto, el núcleo básico de las políticas educativas neoliberales ¿Quién va a estar en contra de la libertad? ¿Quién va a propugnar, frente a ella, un sistema en el que las familias no puedan elegir para sus hijos el centro docente que deseen, o que restrinja su capacidad de elección? Cualquiera que lo hiciera perdería de inmediato el apoyo de amplios grupos sociales. El discurso neoliberal encuentra, por ello, una audiencia muy amplia no sólo entre quienes ya ejercen o pueden ejercer la libre elección de centro docente, sino también entre ciertos sectores de la clase media y media-baja a los que no les basta la escolarización generalizada -la han conseguido ya-, sino que buscan una enseñanza de calidad que les ofrezca la posibilidad de una movilidad social ascendente para sus hijos. Y es ahí, en ese modelo de calidad, donde determinados centros, por lo general privados, aparecen como el paradigma capaz de proporcionársela, por ser aquellos centros a los que acuden normalmente los hijos de aquellas clases y grupos sociales con los que quieren que sus hijos se relacionen y a los que quieren que sus hijos pertenezcan en el futuro.

 

¿Cuáles son los objetivos que los defensores de las políticas de libre elección de centro dicen pretender con ellas? Fundamentalmente cuatro: a) la mejora de la calidad, b) el incremento de la variedad de ofertas, c) la reducción de los costes, y d) una mayor igualdad de oportunidades. La mejora de la calidad, gracias al establecimiento de la libre competencia entre los centros docentes; la diversidad de ofertas, a consecuencia de la necesidad, impuesta por el mercado, de diferenciar el producto ofrecido. La reducción de los costes, gracias a la mayor eficiencia del sector privado y a la mejora de la gestión de los recursos existentes mediante la introducción de técnicas de gestión empresarial. Y la igualdad de oportunidades, por la posibilidad que las políticas de libre elección ofrecen a los sectores sociales más desfavorecidos para elegir mejores escuelas que las que actualmente tienen. En síntesis, la libertad de elección de centro, argumentan sus defensores, favorecerá a las clases y grupos sociales inferiores que no tienen más remedio, con el sistema de zonificación, que acudir a centros docentes de baja calidad educativa. La libertad de elección, dicen, les permitirá salir de su entorno y elegir centros de mayor calidad. Ello favorecerá la igualdad social y hará que los centros con menos demanda se esfuercen por mejorar ante el peligro de verse sin alumnos.  Esta es la teoría. Ahora hace falta saber si ello sucede en la práctica. Al discurso neoliberal sobre la libertad de elección de centro sólo puede oponerse el discurso de la realidad, es decir, el análisis de las consecuencias o efectos reales de las políticas de libre elección de centro. Por fortuna contamos ya hoy con un número de estudios suficientes sobre las políticas de libre elección de centro como para hacer un balance de las mismas., que muestran el divorcio existente entre la teoría y las prácticas.  El estudio de John S. Ambler sobre las experiencias inglesa, francesa y holandesa de libertad de elección de centro. Las conclusiones son terminantes: las políticas de libre elección son particularmente beneficiosas para las clases altas, por ser éste el grupo social que más se da cuenta, que mejor se entera e informa de las oportunidades que surgen, y el que más se aprovecha de ellas cuando surgen. La libre elección en educación intensifica las desigualdades sociales existentes creando nuevas oportunidades para los padres mejor informados que son los que llevan sus hijos a las mejores escuelas. Para reducir los efectos negativos de estas políticas el autor del estudio recomienda la implantación de programas específicos para informar y educar a los padres, la introducción de restricciones a la elección y la consignación de ayudas financieras adicionales para las escuelas que aceptan -o que no tienen más remedio que aceptar- estudiantes de coste más alto, específica.

En otro trabajo en las escuelas norteamericanas Elmore y Fully “El incremento de las posibilidades de elección de centro docente probablemente incrementará la separación de los alumnos en función de su raza, clase social y contexto cultural”. La visión optimista del discurso teórico, dicen ambos autores, se desvanece cuando se enfrenta a la realidad. La elección parece tener un efecto estratificador en función de la clase social y la raza, incluso aunque dichas políticas estén expresamente diseñadas para remediar la desigualdad.

 

Donde la teoría hablaba de libre elección de centro por los padres lo que la realidad muestra es la libre solicitud por los padres y la libre elección de alumnos por aquellos centros que, al tener una mayor demanda, pueden seleccionarlos.. Tengo la impresión de que pese a las declaraciones y principios teóricos mantenidos, la libertad de elección de centros no existe ni se pretende que exista. Lo que se busca, más bien, es la libre elección o selección de alumnos por los centros docentes, en especial por los privados y, dentro de estos, por los confesionales. Y esta posibilidad de seleccionar, de elegir a los alumnos que se desean y, lo que es más importante, de excluir o rechazar a los que no se desean, existe ya, de hecho -por vías directas o indirectas-, en el ámbito de la enseñanza privada, en especial cuando la demanda supera a la oferta. Quiero acabar con una ingenua pregunta que me parece muy oportuna: ¿alguien se puede creer que, al amparo de la libertad de elección de centro por los padres, un padre de etnia gitana podría matricular a su hijo si lo desease en el colegio de corazonistas del Paseo de la Mina en el centro de Zaragoza?

 

Cándido Marquesán Millán

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