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En torno a la muerte de un hombre

           

Acostumbro en mis ratos de ocio a practicar el saludable ejercicio de la lectura, tanto en el soporte de papel de un libro o de un periódico y también en el digital de mi ordenador. Todavía siento predilección por la primera opción, aunque tal como señalan todos los indicios no renuncio a que en un día no muy lejano a modificar mi opinión e inclinarme por la segunda. Después de leer unas cuantas páginas del libro de Ignacio Sotelo de título El Estado social. Antecedentes, origen, desarrollo y declive, conecté mi ordenador e inicié mi lectura en determinados periódicos digitales. Estaba interesado sobre todo por los acontecimientos de Egipto. Acostumbro a leer en primer lugar los nacionales, obviamente según mis preferencias ideológicas, aunque también de vez en cuando suelo hacerlo en otros muy alejados de mi manera de pensar. Es recomendable hacerlo así para tener una visión más amplia de los diferentes acontecimientos cotidianos. Después me sumergí en los sudamericanos, algunos de ellos extraordinarios por la profundidad y calado de sus contenidos. Uno de mis preferidos es El Espectador de Bogotá, ya que escriben unos articulistas excelentes. Eche una ojeada a los titulares de las noticias, y me sorprendió en el último lugar la siguiente, que por su gravedad reproduzco en su totalidad.  Merece la pena detenerse en todos sus detalles.

Un hombre de 61 años murió en el estacionamiento de un hospital en Portland, Oregón, después de esperar la llegada de una ambulancia para ser ingresado, como exigía el protocolo de urgencia, informaron hoy medios locales. El tristemente fallecimiento de Birgilio Marin-Fuentes, inmigrante cubano, se debió al haber chocado contra una farola del aparcamiento del Portland Adventist Hospital. Los detalles son realmente crueles. El óbito se produjo por complicaciones cardiacas antes de ser atendido por personal del hospital que distaba a 100 metros. Un oficial de policía que estaba en la zona que vio el accidente y al ver que Marin-Fuentes no respondía, se dirigió al hospital para solicitar ayuda, pero el personal médico le indicó que debían llamar primeramente al teléfono de emergencia."Al oficial se le informó que la política del hospital no permitía tratar gente fuera del centro y que debían llamar a una ambulancia", dijo a una emisora local el sargento Pete Simpson. El oficial llamó al teléfono de emergencia y un compañero practicó maniobras de reanimación cardiovascular a Marin-Fuentes hasta que llegó la ambulancia. "Ninguna política va a evitar que un oficial de policía de Portland ayude a alguien que lo necesite", agregó Simpson. Minutos después el paciente fue trasladado en camilla hasta el hospital, donde falleció. Posteriormente, el hospital emitió un comunicado en el que desmentía las acusaciones y aseguraba que se había enviado a un paramédico para tratar a Marin-Fuentes."No tenemos una política contra la respuesta a emergencias en el aparcamiento. De hecho, siempre llamamos al 911 y enviamos a nuestro personal, sean heridos de bala, ataques cardíacos o cualquier otra emergencia. Lo hemos hecho muchas veces en el pasado", explica en el comunicado Judy Lindsay, portavoz del hospital.

            Su lectura me sugieren todo un conjunto de reflexiones a cual de ellas más amarga. Este es modelo americano, donde se da un gran déficit social. ¿Se hubiera producido una situación semejante ante un hospital público en una ciudad española?  Pienso que no, de ninguna manera. Y es así, porque aquí en Europa todas las personas disponemos de todo un conjunto de derechos: educación obligatoria gratuita hasta los 16 años, asistencia sanitaria universal, una pensión en la vejez, así  como el derecho de dependencia, aunque este está costando muchos esfuerzos ponerlo en marcha. Todas estas prestaciones tienen su origen a la existencia del Estado de bienestar, aunque como señala Ignacio Sotelo, sin pleno empleo no debería ser llamado así, en todo caso Estado social. Prescindiendo de estas precisiones terminológicas, lo que parece incuestionable es que en los últimos tiempos desde las corrientes en boga neoliberales nos están intentando convencer de que algunos de estos derechos pueden desaparecer o cuando menos recortarse, por razones de su insostenibilidad económica. Lo que hay detrás de estos planteamientos es transferir todos estos servicios sociales al sector privado, aduciendo que es más económico. Esta afirmación habría que cuestionarla. Vamos a ver. Según Vicenç Navarro, la prestigiosa revista médica británica British Medical Journal acaba de publicar un estudio del Dr. Gordon Guyatt, catedrático de Medicina de la McMaster University de Hamilton, en Canadá, según el cual en los Estados Unidos la calidad de los servicios médicos de las instituciones con afán de lucro estaban muy por detrás de las instituciones públicas. Según la literatura científica, el afán de ganancia en medicina está reñido con la calidad de los servicios sanitarios. Cuando se privatiza la prestación de un servicio público hay que pagar, además del coste del mismo, el beneficio del que lo presta. Esto encarecerá su coste, a no ser que la empresa privada tome medidas para rebajarlo, como pagar menos a los trabajadores, reducir personal, o que sea menos cualificado, limitarse a aceptar usuarios que no sean caros o proporcionar solo prestaciones baratas. Estos comportamientos ya existen en la sanidad y la educación privadas.

            Por otra parte, resulta sangrante en USA que alrededor de 46 millones de estadounidenses no tienen cobertura sanitaria, es conocida las dificultades que está teniendo Obama para evitar esta circunstancia con su reforma sanitaria, ahora mismo un magistrado de Florida la acaba de declarar inconstitucional porque obliga a todos los ciudadanos a suscribir un seguro médico antes de 2014, lo que allana el camino a la demanda interpuesta por 20 estados para bloquear la ley. De los países desarrollados, sólo Estados Unidos y Sudáfrica no tienen implantado el seguro universal sanitario y otros muchos millones de norteamericanos pagan cantidades desorbitadas por una atención escasa, deficiente y que puede desaparecer si la enfermedad se prolonga en exceso. Otras muchas se ven cotidianamente obligadas a vender sus casas o a reducir su calidad de vida para pagar sus gastos médicos, o renuncian a ser atendidos si no es un caso de urgencia. Hay casos en los que tienen que suspender los tratamientos contra el cáncer, por no poder pagarlos. Sólo los pobres y los ancianos están mínimamente protegidos por el Estado dentro de dos programas sanitarios (Medicaid y Medicare) que sirven para poco más que afrontar los casos de extrema necesidad. Esos dos programas están en manos de compañías privadas que pasan al Gobierno sumas abusivas por servicios deficientes. Para corregir esta situación dramática, sería explosiva en Europa, está echando el resto el presidente Obama con su pretensión de desarrollar una reforma sanitaria que garantice una asistencia universal a todos los ciudadanos. Algo que intentaron ya hace casi un siglo Roosevelt y en 1993 los Clinton. "La reforma de nuestro sistema de salud ya no es sólo un imperativo moral, es un imperativo fiscal. Si queremos crear empleos y reconstruir nuestra economía, tenemos que atajar el desorbitado coste de la atención sanitaria este año, en esta Administración", declaró Obama cuando se estaba tramaitando. Y no le falta razón. Como conclusión convincente de la falsedad de la falacia de la eficacia de la privatización de los servicios públicos, ahí va otro dato. Según la OMS, los Estados Unidos es el primer país en gasto sanitario per cápita y aparece en el 37º puesto en cuanto a la calidad del servicio. Por ende, los estadounidenses viven menos que los europeos occidentales. Está en el 20ª lugar entre los países industriales en mortalidad infantil, una tasa que dobla a la de Suecia, más alta que la de Eslovenia, y supera por poco a la de Lituania. "Los que se oponen a la reforma dirán cualquier cosa con tal de asustaros sobre lo mucho que costará pasar a la acción", siguió argumentando Obama a sus ciudadanos. De hecho, algunas de las organizaciones privadas que orquestaron las protestas populares, como FreedomWorks, están financiadas por grandes empresas como la aseguradora MetLife o la tabaquera Philip Morris y por influyentes familias que apoyan la causa conservadora, como la del millonario Richard Mellon Scaife. Obama defendió que su plan ofrecerá "seguridad" y "estabilidad" a los estadounidenses enfermos y "evitará que las compañías aseguradoras os retiren la cobertura si enfermáis demasiado. Os dará la seguridad de saber que si perdéis el trabajo, os mudáis o cambiáis de empleo tendréis la misma asistencia. Limitará la cantidad que vuestra compañía puede obligaros a pagar de vuestro bolsillo para costes médicos". Además, "cubrirá cuidados paliativos como revisiones o mamografías que salvan vidas y ahorran dinero".

            Estos datos parecen contundentes, mas a pesar de ellos nos tratan de convencer de la bonanza de la privatización. Y lo estamos asumiendo de una manera pasiva. Deberíamos despertar de esta especie de sopor en el que estamos sumidos. Si se privatiza la sanidad, o cualquier otro servicio público, será a costa de reducir las prestaciones como hemos comentado anteriormente. Los que no puedan pagarla serán atendidos por las iglesias o la beneficiencia, es decir por razones caritativas. Y esta prestación debe estar al alcance de todos los ciudadanos por razones de justicia social. En un aviso a navegantes. Los europeos deberíamos ser conscientes de los derechos que tenemos y cuánto costaron su consecución a los que nos precedieron y que no hay una garantía plena de que algún día pueda desaparecer, si no sabemos defenderlo con uñas y dientes. Por razones de dignidad y de ética, estamos obligados a transmitir a las generaciones futuras lo mismo que nosotros recibimos de las que nos precedieron. De no mediar un cambio radical, algo que no se vislumbra en el futuro más inmediato, el  mundo que vamos a dejar a nuestros hijos va a ser bastante peor. Nuestros padres no lo hubieran permitido, de eso estoy seguro.

Cándido Marquesán Millán

 

2 comentarios

cándido -

Manuel, gracias, por tu comentario. En cuanto a la pregunta que te haces al final, esa es la madre del cordero. Mas yo me resisto a pensar que no haya otra que la neoliberal

manuel -

Interesante el articulo que has escrito Cándido,creo que sin leer las noticias de un periódico de Bogotá esta noticia ya me resulta familiar y no de tan lejos, creo que esta misma situación se ha dado en nuestro país. Me parece inhumano lo sucedido, es cierto que un estado de bienestar pleno sería ideal y es más utópico que real; fundamentalmente por que para eso se requiere un gran presupuesto. Fíjate que gran paradoja, el pais que no tiene sanidad publica es el que mas invierte en investigacion farmacologica. Por un lado detestamos el sistema politico americano, sin embargo hay aspectos que le hacen ser pais de referencia; personalmente creo que ningun pais es perfecto, y los EEUU no son mi pais a admirar, pero en algunos aspectos parece ser que si es el pais de referencia, el llamado pais de las oportunidades, de la inversion en tecnologia y desarrollo, en producción artistica (aqui me llama la atención la admiración que produce en algunos cineastas y artistas españoles de ideologia progresista el pais norteamericano). Sobre lo privado o lo publico ¿que es mejor? pues habrá de todo personalmente mis hijos fueron a la publica y estoy orgulloso de la enseñanza que han recibido y de la calidad de su formación (te felicito como a otros compañeros que habeis formado a mis dos hijos)pero yo no soy de verdades absolutas,y creo que lo ideal es una combinacion de ambas características, combinacion y complementación de lo publico y lo privado.
Y para terminar te recuerdo alguna idea que ya te he expuesto alguna vez; si lo neoliberal no es la solución para la crisis, ¿que otro sistema económico nos queda?, que conste que tampoco me gusta lo neoliberal.
Un saludo
Manuel