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La realpolitik

Resulta cuando menos sorprendente que el mismo día que se ha producido la caída de un dictador, como  Hosni Mubarak en Egipto, una representación diplomática encabezada por el presidente del Congreso de los Diputados, con parlamentarios del PSOE, PP y CIU y los consiguientes empresarios visiten y agasajen a otro dictador africano de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, este último especialmente sanguinario. España a través de la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, ha calificado de "histórico" que el pueblo egipcio haya tomado "las riendas de su propio destino "tras la marcha de Hosni Mubarak, ya que "facilitará una transición más rápida hacia la democracia"; y a la vez ha declarado que la visita a Guinea Ecuatorial es " un viaje bueno para los intereses de España".  Parecen difíciles de digerir y compatibilizar ambas afirmaciones.  Se está o no se está por la democracia.

La actuación de la diplomacia española no es novedosa, ya que es la misma que practican el resto de los países de la Unión Europea. Es la realpolitik. Todos ellos han apoyado a toda la retahíla interminable de dictadores del Norte de África y de Oriente Medio con razones de carácter económico, tal como el abastecimiento energético y el control de movimientos migratorios; y de estrategia política, ya que así se veían algo más libres del fundamentalismo islámico, mientras que hacían la vista gorda a las violaciones de los derechos humanos y a una corrupción impresionante. La actuación de los Estados Unidos es semejante y conocida por todo el mundo, ya que Egipto ha sido el mayor receptor de su ayuda económica por décadas. Solo superado por Israel. El Cairo ha percibido en los últimos años 1. 550  millones de dólares de los cuales,  1.300, ha sido destinado a fines militares, para asegurar el status quo. Apenas 250 millones a financiar programas sociales.  Ahora cuando los pueblos de Túnez y de Egipto se han lanzado a la calle para conseguir la democracia, los países europeos y Norteamérica señalan la conveniencia de las libertades políticas en estos países. A buena hora mangas verdes. Es el eterno conflicto entre los intereses y los valores que colocan a Europa y Estados Unidos contra la pared y desnudan sus contradicciones cada vez que una crisis estalla. Este problema no lo tiene China, por lo menos es sincera. Como muy bien señala  Marcos Peckel  “Este dilema diplomático y político no lo tiene nunca China, que desarrolla una diplomacia puramente de intereses, independiente de quién está en el poder, sin descalificar a nadie, ya sean dictadores, demócratas o terroristas, calibrando únicamente qué tantos negocios se puede hacer con este o aquel régimen, qué tanto petróleo tienen y qué tantos productos chinos pueden comprar. Las crisis regionales no afectan a China, que en Oriente Medio mantiene excelentes relaciones comerciales y de otra índole con Israel, Irán, Siria, Arabia Saudita y Turquía. Los chinos ni se han manifestado frente a la crisis egipcia ni nadie espera que lo hagan. Harán negocios con el que suceda a Mubarak, sea quién sea.”

Retornando al viaje de Bono a Guinea Ecuatorial, nuestro presidente del Congreso de Diputados que no da puntada sin hilo, le ha dicho a Teodoro Obiang “Es muchísimo más lo que nos une que lo que nos separa". Es cierto, el idioma, pero también el petróleo y los intereses comerciales. España es, tras Estados Unidos y China, el tercer socio comercial del país africano. En 2009 España vendimos a Guinea por valor de 194 millones de euros (principalmente maquinaria, automóviles, bebidas y material eléctrico). Ese mismo año, España importó productos de Guinea por valor de 458 millones de euros, básicamente petróleo y derivados. Están hoy  empresas españolas: Unión Fenosa (que participa con un 5% en el consorcio de explotación de gas natural 3G Guinea Gas Gathering), Repsol (que se adjudicó en 2009 los derechos mineros sobre un bloque de exploración), y Enbasa (dedicada al envasado de agua, vino y refrescos y que posee la principal planta industrial agroalimentaria del país). Por ende,   parecen muy apropiadas para el hecho que estamos comentando lo que dijo hace ya más de un siglo el Conde Romanones “Buscar el fundamento de las amistades internacionales en la afinidad de las razas, en la identidad de la sangre y del lenguaje, es una falacia engañosa. Todo lo antedicho sólo sirve como tropos para los juegos florales. En la política exterior sólo tienen primacía los intereses”.

            Esa aspiración tan tiempo anhelada por nosotros los españoles de incorporarnos a Europa, la hemos conseguido plenamente. Ya somos europeos. Actuamos en nuestras relaciones internacionales igual que los franceses, los alemanes, los británicos… No hay diferencia alguna. Como también somos todos los europeos iguales en cuanto a nuestros valores éticos.  Si hacemos negocio y firmamos acuerdos comerciales, nos parece irrelevante que un país tenga una despiadada y larga dictadura, en la que no se respeten los derechos humanos, como está ocurriendo en Guinea Ecuatorial, así lo han manifestado instituciones de prestigio como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, o que la corrupción llegue a unos límites intolerables, como lo ha dicho Global Transparency, que ha permitido que Obiang sea una de las mayores fortunas del continente.   La actuación española actual con Obiang, es la misma que la  que mantuvieron los Estados Unidos con el régimen de Franco, en el contexto de la Guerra Fría, al firmar en 1953 unos acuerdos por los que a cambio de la ubicación de las bases americanas recibió el régimen de Franco cuantiosas ayudas de carácter militar y económico, además de un reconocimiento internacional.

            Mas esta situación tiene una explicación,  como muy bien ha dicho el recientemente fallecido  Tony Judt “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Éstos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos.”

            Este el mundo que entre todos hemos forjado y que resulta muy complicado de cambiar.          Y luego nosotros, los europeos, no tenemos inconveniente alguno en considerarnos los herederos de los principios de la Ilustración y la Revolución Francesa. Y además nos lo creemos.

 

Cándido Marquesán Millán

 

 

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