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La guerra sucia de Afganistán

 

 

Todo lo relacionado con la guerra me produce asco y hastío. Sentimientos que se me acrecientan todavía más, lo cual es difícil, como consecuencia de  la publicación por los diarios The Guardian, The New York Times y el semanal Der Spiegel de 90.000 documentos sobre la guerra de Afganistán obtenidos por la organización Wikileaks,  sitio web de internet de documentación filtrada y análisis no censurado, fundado en 2007 por el periodista australiano Julián Assange, anteriormente físico y matemático. El período que cubren los papeles va de enero del 2004 a diciembre del 2009, es decir, el gobierno de George W. Bush. La importancia de esta revelación es doble. Por una parte, el conocimiento de una serie de hechos que muestran gravísimos errores cometidos por Estados Unidos y sus aliados en Afganistán. Por otra, la formidable capacidad de Internet para divulgar noticias en un mínimo de tiempo y un máximo de espacio. La red global presta así un servicio a la transparencia, aunque la prensa tradicional sigue siendo clave, como lo demuestra el hecho de que Wikileaks haya acudido a los tres periódicos mencionados.

En tiempos de guerra, para gobiernos y militares los medios de comunicación forman parte del campo de batalla.  El desenlace de una guerra depende en buena parte de los armamentos disponibles, aunque es fundamental la  percepción que los ciudadanos tengan del conflicto. Por ende,  la cobertura periodística forma parte de la planificación bélica. En tiempos  de conflicto una sofisticada maquinaria de propaganda puede operar con pocas restricciones éticas en contra del lector inadvertido.  Para los que están dispuestos a morir y matar mentir es un gaje más del oficio o, si prefiere, un mal necesario o menor. El Alto Estado Mayor proporciona la información de acuerdo con sus intereses, y, a veces, oculta el desarrollo de los acontecimientos bélicos. Como los corresponsales de guerra pretenden informar a su público con el mayor detalle posible, de ahí que las relaciones entre militares y periodistas hayan sido y lo sean  a menudo tensas y difíciles.  En esta guerra de Afganistán la sensación que deja  el contenido de los documentos es que ha ocurrido lo mismo: los ciudadanos no han sido suficientemente informados. Los informes incluyen la existencia de una unidad secreta de EEUU entrenada para "capturar o asesinar" sin juicio previo a los líderes talibanes por todo el país,  el uso cada vez más extendido de aviones no tripulados por parte de las tropas internacionales, una de las armas más polémicas por la cantidad de bajas civiles que ha provocado, que son manejados desde una base militar en Nevada; así como el ocultamiento de las muertes de civiles. Otro aspecto preocupante y sorprendente en este conflicto es que los servicios de inteligencia paquistaníes ayudaron secretamente al movimiento talibán en Afganistán, al mismo tiempo que el Gobierno en Islamabad recibía más de mil millones de dólares anuales de Washington por su ayuda contra los insurgentes. Como también que Irán podría respaldar a los talibanes.

 Lo ocurrido actualmente en Afganistán me trae a la memoria la guerra de Vietnam. Tampoco los norteamericanos fueron informados por el Pentágono sobre el desarrollo de la guerra, ya que estuvo proclamando durante años, que la victoria en el conflicto estaba cercana; el público escuchó una y otra vez que bastaba  un pequeño esfuerzo adicional y el Vietcong terminaría reculando definitivamente. Todo cambió, cuando el 13 de junio de 1971 Daniel Ellsberg,  un alto funcionario estadounidense consciente de que era una guerra que no se podía ganar y  también de que el Gobierno lo sabía, decidió enviar a la prensa una serie de documentos oficiales, publicados en El New-York Times, que fueron una fuente de información extraordinaria acerca de la utilización de la misma guerra como arma política y los continuos engaños de congresistas y senadores para involucrarse y mantenerse de forma premeditada en la región. Allí se mostraban los métodos de exterminio, a saber, matar de hambre a población civil bombardeando los diques que aportaban el agua necesaria para las cosechas, guerra química total, experimentos con soldados estadounidenses para probar el efecto de drogas como el gas BZ, el programa de asesinatos de la CIA conocido como Phoenix, la política de masacrar aldeas sin conexión con el Vietcong como My Lai, guerra encubierta en Laos y Camboya, bombardeos con todo tipo de armamento (napalm, minas antipersona, fósforo, …)  etc. Estudiosos del conflicto de Viet-Nam, han especulado que EEUU a finales de los 60 ya no aspiraba a “vencer” por completo a aquellos “amarillos”, sino más bien a algo más retorcido. Seguir enriqueciendo mediante la guerra a todas las empresas vinculadas al complejo militar – industrial y “dar una lección” a un pequeño país comunista para evitar que se convirtiera en otro referente comunista, como Cuba.

Cuando la BBC le preguntó a Assange, ¿qué espera lograr con la publicación de estos documentos?, respondió: “la verdad es un gran catalizador para el cambio”. En una entrevista con The Guardian, Assange explica las razones por las que ha publicado los documentos. "Si el periodismo es bueno, tiene que ser controvertido. Su papel es denunciar abusos de poder". El mismo objetivo que perseguía Daniel Ellsberg, 40 años atrás. Cabe pensar que a partir de ahora habrá que replantearse seriamente los procedimientos de esta guerra en Afganistán, e incluso, no es descartable el que  el ejército de USA y sus aliados, incluido España,  abandonen ese desgraciado país. Mas mucho me temo, que las cosas van a seguir igual. Hay muchos intereses en juego.

 

Cándido Marquesán Millán

 

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