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¿Refundación del sistema capitalista?

           

 

                                  

 

                                                                                             

 

 

 

Todos los acontecimientos relacionados con la crisis financiera actual me traen a la memoria los vaticinios sobre el porvenir de la historia, manifestados por el ínclito Fukuyama. Con lo que está cayendo, y no sabemos cuánto va a seguir haciéndolo, cualquiera que estuviera en lugar del célebre politólogo norteamericano, se  escondería bajo tierra. Realmente no estuvo muy certero en sus juicios.

            Hace unos 20 años, tras la caída del Muro de Berlín, nos obsequió con una contundencia ilimitada que la pugna de las ideologías había finalizado, que la economía se había sobreimpuesto a la historia, que se iniciaba una nueva época, un nuevo siglo americano, siguiendo un plan maestro diseñado por un grupúsculo de los neocons, y que ha inspirado las acciones políticas de Bush. Fukuyama ahora acaba de afirmar, al contemplar el devenir caótico de los mercados, que estaba equivocado; todavía más, que han entrado en crisis además de los bancos de inversión, una cierta manera de entender el capitalismo. Aquella que irrumpió con el gobierno de Reagan. Según Fukuyama, dos  han sido las grandes aportaciones ideológicas norteamericanas, que han dominado sin discusión alguna desde los 80, por cierto adormecimiento de la izquierda. El escritor José Saramago ha llegado a afirmar que la izquierda no piensa y no tiene puta idea del mundo en el que vive. Hasta ahora los aludidos siguen mirando hacia el cielo.

La primera era una concepción del sistema capitalista, puesta en práctica en Estados Unidos e imitada en buena parte del mundo, que consideraba que con impuestos bajos, mercados desregulados, y cada vez menos Estado, sería posible un crecimiento económico irreversible. En la línea expresada por el economista norteamericano Milton Friedman, al proclamar que los mercados alcanzan su mayor grado de perfección cuanto menor es la intervención de factores ajenos como, por ejemplo, agencias gubernamentales. Cuanto menos intervención estatal en ellos, mejor funcionarían los balances entre oferta y demanda, así como la libre competencia. Esto era lo que la banca necesitaba: una creciente desregulación que le permitiera entrar en campos que le estaban vedados a causa de la gran crisis de la década de los treinta. Todo ello se hizo en el nombre de uno de los valores más queridos para toda la humanidad: la libertad.

La segunda idea era que la democracia norteamericana sería el referente mundial, el modelo a imitar,  y que además serviría para propiciar un nuevo orden mundial más justo y duradero.

Hoy constatamos que la realidad es muy diferente. La economía norteamericana está pasando uno de los momentos más críticos de su historia, además de arrastrar en su caída a muchos otros países. Y este hecho se ha producido, precisamente por falta de regulación, que ha permitido la irrupción de auténticos tiburones de las finanzas, un puñado de hombres, que logró con sus conocimientos y su enorme productividad algo que ni el mayor movimiento antiglobalizador o de protesta social habría soñado jamás, el poner en tela de juicio al capitalismo financiero, y de paso pasarle una factura al contribuyente norteamericano de casi un billón de dólares. Entre ellos están: Dick Fuld, presidente de la hoy quebrada Lehamn Brothers; Daniel Mudd, el principal ejecutivo de Fannie Mae; Richard Syron, director principal de Freddie Mac, y John Thain, consejero delegado de Merril Lynch. También,  es cierto que Fukuyama confiaba en que los mercados se autorregularían. Con lo que estamos contemplando desde la aparición de las hipotecas subprime hasta la aprobación del Plan de Rescate, eso de la autorregulación nos tiene que producir risa a cualquier persona sensata, y sonrojo a cualquiera que pudiera emitir semejante idea.

En cuanto a la segunda, del modelo de democracia norteamericano exportable y a imitar, ha fracasado también. La palabra de democracia se ha utilizado como señuelo para la intervención militar y el cambio de régimen en un país extranjero. Y en el colmo de la desfachatez y de la desvergüenza, no ha tenido inconveniente moral alguno en pactar con un país como Arabia Saudita- lo más lejano de un sistema democrático- y negarse a dialogar con  los representantes de Hamas, o el gobernante de Venezuela, que llegaron al poder por la vía electoral. Eso, por no hablar del permiso para torturar. Como vemos, el modelo norteamericano en ambos aspectos parece haber entrado en crisis.

Quiero acabar con unos juicios muy breves. Aquí no pretendemos, cara el futuro más o menos próximo vender de nuevo el Paraíso Terrenal. En absoluto. Pero, lo que parece incuestionable que el sistema capitalista tiene que ser refundado o reinventado, y para que esta tarea llegue a su buen término serán necesarios cambios en la cúspide de los grupos dominantes que han dirigido la política y la economía hasta ahora, así como también el abandono de determinados dogmas que ya no sirven. Aquí la izquierda, la auténtica, la de verdad, tiene y debe asumir un protagonismo imprescindible, para quitarle la razón al gran Saramago cuando dice estas palabras:  La izquierda ni piensa, ni actúa, ni arriesga "una pizca" y queda patente su cobardía en su impavidez ante una "burla cancerígena" como la de las hipotecas en los Estados Unidos.

 

 

Cándido Marquesán Millán

 

           

 

 

1 comentario

Oscar. -

Cándido, lo que está pasando con la economía a nivel mundial es muy, pero que muy grave. Están impidiendo por todos los medios que vuelva a ocurrir un crack similar al del 29. Puede que este crack no estalle de manera súbita, pero la situación nos desbordará, poco a poco, como cuando el Ebro se desborda en su desembocadura, poco a poco va subiendo el nivel del agua.
Lo que tendrían que hacer nuestros políticos es dejarse de tanto mensaje de optimismo, de que vamos a estar muy bien, y preparar psicológicamente a la población de que vienen tiempos duros, que tienen que resignarse y ser más solidarios con los más necesitados.
Ahora se pretende sostener a la economía con fondos y dinero público, pero la pregunta es ¿Cuánto aguantará el Estado?
Un saludo y un abrazo.