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Diferentes represiones

                                  

 

 

 

            Las vacaciones estivales se usan para llevar a cabo todo un conjunto de actividades, irrealizables en el resto del año, como son: hablar con la familia o divorciarse, viajar, pasear por la playa o por la montaña, comer y beber a destajo, contemplar en televisión las hazañas de Pau Gasols, Rafa Nadal … Hay otra que no he citado a propósito, a la que me quiero referir en las líneas que siguen a continuación: la lectura. En estas fechas al disponer de más tiempo, podemos leer a conciencia dos o tres periódicos. Por lo menos así acostumbro hacerlo. También procuro que sean de posturas ideológicas diferentes. La verdad no es de nadie, si alguno pretende monopolizarla estamos ante un dogmático. En lo que llevamos de mes las noticias más relevantes han sido: el enfrentamiento entre Rusia y Georgia en relación a Osetia del Sur, la crisis económica sobre la que se han lanzado dicterios el Gobierno y la oposición, como no podía ser de otra manera; la financiación de Cataluña… No quiero profundizar  en ellas, bastante nos han bombardeado con ellas durante estos días. También podemos disfrutar con algunos libros de enjundia y calado, que han sido publicados recientemente. Uno de ellos es el titulado L´òmnibus de la mort: Parada Falset, del periodista catalán, nacido en el pueblo tarraconense de Falset, Toni Orensanz, y que versa sobre las correrías en el verano del 36, del grupo de la Brigada de la Muerte, vinculada a la FAI, la corriente más extremista del anarquismo. Este grupo cometió numerosos tropelías, bajo el paraguas de la revolución, asesinando a muchos vecinos, por el simple hecho de ser católicos, sacerdotes, terratenientes, o de derechas, en numerosos pueblos de Cataluña y Aragón, como  Caspe, Fabara, Maella, Gandesa, Mequinenza, Albalate del Arzobispo, Samper de Calanda, Calanda, Híjar, Bot, Flix, Ascó, Ribarroja, Mora de Ebro y Reus. Toni ha conseguido rastreando con gran esfuerzo numerosos archivos,  y orientado por uno de los mejores historiadores aragoneses actuales, José Luis Ledesma, el que podamos conocer la vida y obra del cabecilla de esa caravana de la muerte, a Pascual Fresquet, incluso físicamente a través de una foto realizada en Caspe el 25 de julio de 1936, proveniente del libro de Ledesma Los días de llamas de la revolución: violencia y política en la retaguardia republicana de Zaragoza durante la Guerra Civil. Es un documento gráfico impresionante, donde aparecen todo un grupo de milicianos que, armados hasta los dientes y  con numerosos objetos religiosos como imágenes o crucifijos, eufóricos tras la toma de Caspe, se están mofando de toda la simbología religiosa. En el centro aparece Fresquet, que antes del estallido de la Guerra Civil había cometido ya atracos y asesinatos diversos en la Cataluña de los años 20, por lo que estuvo en diferentes ocasiones en la Modelo de Barcelona. Para hacernos una idea del perfil de todos estos desalmados, es que a lo largo del verano del 36 más de la mitad habían contraído la sífilis, y en cuanto a Fresquet el que le arrebatase la novia a su propio hijo, cuando este le visitó al sur de Francia, donde se había refugiado. Todo está escrito de una manera amena, lo que es de agradecer, todavía más, si tenemos en cuenta que los profesionales de la historia no acostumbramos a ser especialmente amenos a la hora de presentar nuestros relatos históricos.

Lo auténticamente valioso de este trabajo es que muestra de una manera contundente quiénes y cómo ejercieron la represión en los primeros meses de la Guerra Civil en el bando republicano, aprovechándose del vacío de poder, ya que no existía propiamente aparato estatal, y que tanto daño haría a la causa republicana.  Una vez restablecida la autoridad se cortaron de cuajo estos desmanes represivos. Muy diferente fue la actuación por parte de los rebeldes, ya que la represión estaba perfectamente planificada, se mantuvo durante y después de la Guerra Civil. Uno de los motivos por los que triunfó el golpe fue por la extrema violencia con que fue acometido por los rebeldes y las contundentes amenazas dirigidas a quienes no apoyaran el movimiento. El general Queipo de Llano, en uno de sus mensajes a la prensa, el 24 de julio de 1936, lo dejaba muy claro: ¿Qué haré? Pues imponer un durísimo castigo a esos idiotas congéneres de Azaña. Por ello faculto a todos los ciudadanos a que, cuando se tropiecen con uno de esos sujetos, lo callen de un tiro. O me lo traigan a mí, que yo se lo pegaré.

El general Mola, aunque parece increíble, podía llegar a ser aún más cruel. En sus Instrucciones de 25 de mayo de 1936 decía: Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo. Y continuaba el 19 de julio: Hay que sembrar el terror... dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos a todos los que no piensen como nosotros. Para terminar con la siguiente guinda: Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo.

La actuación del célebre, teniente coronel Yagüe, en las matanzas de la plaza de toros de Badajoz.  Como nos cuenta Alberto Reig Tapia en Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu. A primeras horas de la mañana del día 15 de agosto de 1936, se emplazaron ametralladoras en las contrabarreras del toril que abrieron fuego sobre la multitud de hombres y mujeres de izquierdas allí concentrados: republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas y simples hombres de campo, jornaleros, campesinos y demás paisanos fueron cayendo tronchados por el fuego de las ametralladoras. Según el testimonio de Justo Vila: Hubo moros y falangistas que bajaron a la arena para jalear a los prisioneros, como si de reses bravas se tratase. Las bayonetas, a modo de estoque, eran clavadas en los cuerpos indefensos de los campesinos con el beneplácito de jefes, oficiales y suboficiales. Luego abrían fuego las ametralladoras; los cuerpos eran retirados en camionetas y carretas y el ruedo comenzaba a llenarse de nuevo. Se calcula que murieron en los primeros días, entre combate y represión, más de 9.000 personas en Badajoz. De éstas, más de 4.000 perecieron en las tristemente famosas matanzas de la plaza de Badajoz.

 Hoy existe una tendencia a considerar que en ambos lados se cometieron abusos, por lo que los dos lados son igualmente  responsables, y que lo más conveniente es hacer tabla rasa de ese triste pasado. Es el mensaje de los Pio Moa y César Vidal, y que en buena parte han conseguido sus propósitos.

Mas, la cuestión me parece más compleja. No hay que mezclar churras con merinas. Egregios historiadores nacionales como Julián Casanova, Santos Juliá, Reig Tapia… e internacionales como Paul Preston, Helen Graham… han distinguido claramente las diferencias de una y otra represión. Ya lo dijo Azaña en La velada de Benicarló, escrita 2 semanas antes de los acontecimientos de mayo de 1937: Con una diferencia importante. En esta zona, las atrocidades cometidas en represalia de la sublevación, o aprovechándola para venganzas innobles, ocurrían a pesar del Gobierno, inerme e impotente, como nadie ignora, a causa de la rebelión misma. En la España dominada por los rebeldes y los extranjeros, los crímenes, parte de un plan político de regeneración nacional, se cometían y se cometen con aprobación de las autoridades.

 

 

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