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Lo que está pasando en el PP

    

Todo lo que está pasando en estos momentos dentro del partido popular roza ya el esperpento. Un mediano conocedor de los avatares de la actividad política nos podría indicar que entra dentro de lo previsible el que después de una derrota electoral, en un partido político se desencadenen en su interior todo un conjunto de enfrentamientos, motivados por el hecho de que han de buscarse culpables. Alguien debe pagar los platos rotos. Mas  no es fácil encontrar el culpable del desaguisado. De las victorias todos quieren ser partícipes. No ocurre lo mismo con las derrotas. El juego político es así. Decía Giulio Andreotti que “el poder desgasta, pero que desgasta mucho más la oposición” y parece que tenía razón, a juzgar por lo que pasó en el Partido Socialista Obrero Español, cuando perdió las elecciones en 1996, y con lo que está pasando ahora con el Partido Popular.

Mas lo que era imprevisible es el alto grado de los enfrentamientos entre los populares. Los unos contra los otros, los otros contra los unos, y todos contra todos. Las hachas de guerra se han desenterrado. Las navajas proliferan por doquier. Ni siquiera auténticas vacas sagradas de los populares, como Manuel Fraga, se ven libres de los ataques. El espectáculo que están dando es lamentable.

Aparte del acertado diagnóstico de Andreotti, en todo lo que está ocurriendo en el PP debemos tener en cuenta otra circunstancia novedosa como que, por primera vez, hay líderes de Comunidades Autónomas, con peso específico que pueden hacer sombra al Presidente del partido, como es el caso de Esperanza Aguirre, en la Comunidad de Madrid, o de Francisco Camps, en la valenciana.

 Cuando un partido político disfruta del poder las diferencias ideológicas, permanecen soterradas debajo del paraguas del reparto de cargos públicos. Mas cuando a un corral donde están mezclados gallos y gallinas de distinto pelaje, como ocurre en el PP, llegan las derrotas el enfrentamiento es inevitable. Históricamente la derecha sólo se ha mantenido unida cuando ha ostentado el poder, y lo ocurrido en los últimos cuatro años fue una excepción. Con el gobierno de José María Aznar se consiguió una especie de pacto en el que todos se mezclaban, aunque hubiera más halcones que palomas. Aznar fue un halcón y, como tal, ejerció el poder, aunque ganara las elecciones unas veces citando como ejemplo a don Manuel Azaña- por lo que seguramente se removería en la tumba-y otras al mismísimo presidente Bush. Durante cuatro años Mariano Rajoy ha hecho la política de Aznar. Ignoro los motivos auténticos. Puede ser porque quiso, porque no pudo hacer otra cosa o por ambas cosas a la vez. Pero una vez perdidas las elecciones,  Rajoy parece tener muy claro que la única posibilidad de alcanzar algún día el Palacio de la Moncloa es llevar a cabo un viraje hacia el Centro, de ahí el protagonismo dado a Gallardón, además de un acercamiento hacia los partidos nacionalistas moderados del PNV y de Convergencia, por ello su alejamiento del aznarismo, retirando a sus antiguos colaboradores y sólo queda él, como único descendiente. Con su nuevo equipo, parece que el lenguaje está cambiando.

La derecha española necesita, para centrarse, que exista un partido a su derecha. La convivencia bajo unas mismas siglas de la ultraderecha, la derecha y el centro moderado, está condenada al fracaso, como lo demuestra la guerra civil desatada actualmente en el interior del PP. Habrá que estar a la expectativa para ver cuál es el camino definitivo escogido por Rajoy. Todos los indicios nos indican que se va a alejar de los neocons norteamericanos y de Berlusconi -tan queridos por Aznar- y se va acercar hacia los democristianos europeos; o lo que es lo mismo, va a estar más comprometido con el mantenimiento del Estado de bienestar –ahora que viene mal dada la economía- y se va alejar del recetario liberal-conservador, representado por la divina Esperanza.

Desde los sectores más ultramontanos de esa rancia derecha española, depositaria de la esencias españolas, se está desencadenando una guerra a muerte contra Rajoy, con el intento de que no llegue vivo al Congreso. De momento, Mariano está resistiendo a estos embates. De cualquier manera, el esperado Congreso no va a cerrar un debate planteado con tanta virulencia. Se inclinará, quizá, por la opción más moderada, la de Mariano Rajoy, pero los halcones, que tienen poder, lo seguirán ejerciendo. El Congreso no será el último capítulo, sino el inicio de una nueva serie.  Lo que parece claro es que semejantes enfrentamientos tienen que dejar profundas huellas. Van a quedar muchos muertos y heridos en el camino tras una guerra tan cruenta. De ello deberían ser conscientes sus principales dirigentes. Ellos sabrán.

 

 

 

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