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Los españoles sabemos de todo

                                    

Procuro, siempre que me lo permiten mis obligaciones profesionales, practicar el sano ejercicio de la lectura. Es una de las mejores alternativas a la hora de llenar el ocio, así como también una fuente inagotable de sensaciones, placeres y conocimientos. El hábito de la lectura inmuniza contra el aburrimiento. Las ventajas son otras muchas. Mas ahora no es el momento de hablar de ellas.

            Recuerdo ahora una parte del discurso, que leí recientemente, pronunciado por Manuel Azaña en la sesión de las Cortes de 27 de mayo de 1932 sobre el Estatuto de Cataluña. Tal año, en los meses precedentes se produjo en toda España con motivo de la  posibilidad de conceder la autonomía a Cataluña un gran movimiento de protesta, sembrando grandes dosis de alarma y agitación, como si España estuviera al borde de un cataclismo cósmico. Ante tal situación, Azaña no tuvo otra opción que acudir con argumentos: Yo creo que esta alarma, esta protesta y esta propaganda son mucho más extensas que profundas; pero a nadie le puede parecer mal, ni al Gobierno, que esas demostraciones de carácter político se produzcan: eso es salud, y todas las ocasiones son buenas para que España medite y recapacite sobre sus grandes problemas internos, y esta ocasión es buena como ninguna. Pero yo creo, como opinaba el otro día el señor Lerroux que el 90% de los que protestan contra el Estatuto no lo han leído, y suscribo y subrayo la segunda parte de la opinión del señor Lerroux en este particular, es a saber: que si lo hubiesen leído tal vez no protestarían.

            Estas palabras de Azaña, como español que me siento, me han servido para meditar y recapacitar un poco, algo que no viene mal de vez en cuando. Considero que tal discurso no ha perdido vigencia. Se podría extrapolar a muchos acontecimientos de la actualidad española. Hemos podido comprobar fehacientemente en esta pasada legislatura la campaña orquestada desde determinada fuerza política y algunos medios de comunicación contra el Estatuto de Cataluña. Dudo mucho que entre todos los que  profundamente apesadumbrados han protestado lo hayan leído el 10%. Lo mismo podría decirse en relación a las posturas contra Educación para la Ciudadanía. Mucho me temo también que ha sido una minoría muy reducida la que se ha molestado en leer los contenidos curriculares de dicha asignatura. Haciendo un pequeño inciso, para varios docentes colombianos con los que mantengo relación por motivos profesionales, les resulta incomprensible tales protestas y que una parte del pueblo español esté en contra de educar ciudadanos. ¿Cuántos de los que han estado y siguen estando en contra de la Ley de la Memoria Histórica se la han leído? Es posible que alguno de estos que han protestado vehementemente contra ella, tengan todavía algún pariente enterrado en una cuneta de una carretera merced a la represión franquista; u otro que muriera en algún campo de concentración nazi; o, finalmente, familiares que tuvieran que exiliarse al acabar la Guerra Civil. Los que se quejaron contra el traslado de determinados documentos catalanes del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca a Cataluña, sabían realmente qué era lo que se trasladaba o que lo que se trasladaba quedaba microfilmado convenientemente, y que además el Archivo iba a ver incrementada su documentación con determinados papeles remitidos desde Cataluña. Podríamos seguir con más y más ejemplos. No merece la pena. Lo que parece claro es que para hablar de algo con propiedad hay que conocerlo convenientemente. Parece obvio. Mas lo cierto es que los españoles por nuestro comportamiento cotidiano, negamos la obviedad. Somos así, en comparación a los habitantes de otras latitudes, tenemos unas peculiaridades inconfundibles. Estamos dotados de una idiosincrasia especial. De entrada, somos y nos creemos diferentes y además los mejores, dotados de todo un acervo de virtudes. Nos creemos  unos sabelotodo, otra cosa muy diferente es que lo seamos. Porque, como declaraba el académico Francisco Ayala “el español acostumbra a creer que lo sabe todo.” Pero lo más sospechoso es que nadie se sorprende de tal desfachatez. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano, no hay tema que se nos resista a los españoles. Nos da igual el fútbol, los toros, la política, la educación, la historia, la literatura, el cine…De todo manifestamos nuestra opinión, que, por supuesto, es siempre la mejor. Cuestionamos y damos lecciones a los diferentes profesionales de la medicina, de la enseñanza, del derecho, de la historia…¡Y ay de aquel que se atreva a discrepar de nuestras afirmaciones! Al ser  todos tan sabios, tenemos solución para todos los problemas, por arduos o complejos que sean estos. Los españoles nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro discurso preferido podría ser más o menos así: Si yo fuera Presidente del Gobierno, lo arreglaba todo en dos días. A algunos, es posible que nos sobraran aún 24 horas.

            Además de hablar de todo y mucho, por si todavía no fuera bastante, lo hacemos fuerte, a gritos, como si nuestros interlocutores fueran sordos, con lo que ya nos creemos estar en posesión absoluta de la verdad. Y esto debe ser así, porque al ser grandes devoradores de libros, tenemos unos criterios profundamente formados. Somos tan cultos porque somos los padres de El Quijote, el libro que más citamos, pero que menos hemos leído. Avergüenza reconocerlo, pero es así. Somos así, sobre todo unos sabelotodo. ¡Y que nadie se atreva a cuestionarlo!

  

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