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La Inmigración en el debate electoral




Ha irrumpido con fuerza en la campaña electoral la cuestión migratoria. El partido popular, a través de su máximo dirigente, Mariano Rajoy, la ha iniciado, con el "contrato de integración con valor jurídico”, por el cual la población foránea se compromete a cumplir las leyes, a pagar los impuestos, a aprender el castellano y a practicar las costumbres españolas. El cumplimiento o no de esas obligaciones no dependen de un contrato. Quien quiera infringir las normas lo hará independientemente del documento firmado, por lo que este será un papel mojado. Lo mismo en cuanto al aprendizaje del idioma. Por último, un grupo de expertos sociólogos deberán elaborar un catalogo de costumbres genuinamente españolas. Podrían ser: comer tortilla de patata, ser del Madrid o del Barca, poner un Belén para la Navidad, leer un libro con una periodicidad mensual, ir una vez al año a una plaza de toros, jugar al mus… Vale más no seguir por este camino. Un poco de sentido común es recomendable y exigible a nuestros políticos. El tema migratorio es de suficiente calado como para frivolizar con él. Lo más grave de esta propuesta popular, radica en tratar de pescar votos en algunos sectores de la población, que tienen muy enraizados determinados prejuicios contra la población foránea. Tampoco contribuyen a su erradicación los medios de comunicación, cuando sólo parecen estar interesados por los cayucos o por reflejar en un delito la nacionalidad del inmigrante.
Merece la pena hacer un esfuerzo, para acercarnos al tema desde otras perspectivas más positivas, que las hay.
No deberíamos olvidar que los españoles hemos sido emigrantes: a América tras el descubrimiento por Cristóbal Colón; a Europa, en los años 50 y 60, a buscarnos la vida, ya que aquí era difícil la supervivencia. Las remesas de divisas sirvieron, además de las del turismo, para el desarrollo español de los 60. Marchamos por razones políticas a Europa y América al final de la Guerra Civil ¡Y qué bien nos acogieron, por cierto, en Méjico! Y como han cambiado las cosas. Un periodista mejicano, Eduardo López Bethencourt, recientemente, en un artículo titulado Pobre España, nos acusa a los españoles, de que nuestro éxito actual nos ha corrompido, y nos ha llenado de soberbia y envilecimiento, cuando siempre nos habíamos mostrado afables; en cambio, ahora nos habíamos convertido en arrogantes, presuntuosos y altaneros como nadie.
Hoy el desarrollo de la economía española sería difícil de explicar sin la población inmigrante. Trabajos científicos lo corroboran. Uno de ellos, el Informe Semestral I/2006, julio 2006, Economía española y contexto internacional, elaborado por el Servicio de Estudios de Caixa Catalunya, según el cual, en la década 1995-2005, nuestro crecimiento del PIB fue del 3,6. Este hecho se explicaría por el factor población. En esta década España ha crecido 4,17 millones y se explica, sobre todo, por los inmigrantes, 3,2, millones. Nuestro mayor crecimiento económico no ha venido por aumento de la productividad, asignatura pendiente de la economía española, ni por la intensidad del trabajo (aumento de las horas trabajadas), lo explica el rápido crecimiento de su población activa, gracias, sobre todo, a dos factores: la inmigración y el ingreso masivo de la mujer al mercado de trabajo. La conclusión del estudio de la Caixa es contundente, en ausencia de inmigración, en España el PIB per cápita entre 1995-2005 se habría reducido en un 0,6% anual.
Otro trabajo de noviembre de 2006, presentado por Miguel Sebastián, exdirector de la Oficina Económica del Gobierno, es Estudio sobre inmigración y economía española, dividido en cuatro bloques: I- La Evolución de la inmigración en España, II- Impacto sobre el PIB, III- Impacto sobre las cuentas públicas; y el IV-Impacto sobre el déficit exterior.
En el I, se destaca que la tasa de crecimiento de la población desde 2000 ha sido la más alta de la nuestra Historia; este hecho se explica por la prolongación de la esperanza de vida y por la inmigración, lo que ha supuesto refutar a organismos internacionales que presagiaban para España una reducción de 10 millones de habitantes. Hoy el INE habla de 53 m. en 2050. A pesar del rápido crecimiento de la inmigración, España está en el promedio de inmigrantes con el resto de los países de la OCDE. En los últimos años el 50% del empleo ha sido inmigrante; de los 2,63 millones de puestos de trabajo entre 2001-2005, 1,32 fueron inmigrantes; siendo compatible con una notable reducción del paro nativo.
En el II, la inmigración explica más del 50% del crecimiento del PIB de los últimos cinco años; su impacto no sólo es positivo, vía población, sino que eleva la renta per capita, gracias a su tasa de empleo, además genera otros efectos económicos indirectos: eleva la tasa de actividad de los nativos (mujeres), reduce la tasa de paro estructural (flexibilidad) y mejora la movilidad, al reducir los desajustes estructurales (mismatch).
En el III, se explicita que los inmigrantes aportan 23.402 millones de euros a los ingresos públicos, reciben 18.618, por lo que su contribución neta es de 4.784 millones. Esta cantidad representa el 50% del superávit en 2005 registrado por las Administraciones Públicas (1,1% del PIB). Contribuyen, vía cotizaciones, alrededor de 8.000 millones, mientras que sólo reciben 400 millones en pensiones.
Y en el IV, se afirma que los países con mayor proporción de inmigrantes tienen un mayor déficit exterior, al que contribuyen por cuatro canales: remesas, que suponen el 0,5% del PIB; menor nivel de ahorro (renta permanente), se piensa que los inmigrantes pueden estar consumiendo un 1,3% del PIB por encima de su renta disponible (en 2005 compraron un 25 % de las viviendas vendidas y absorbieron entre el 15% y el 20% de las hipotecas); patrón de consumo: sesgado a bienes duraderos en su mayor parte importados; y efecto dinamizador sobre la inversión: el aumento de la mano de obra reduce la ratio capital-trabajo, elevando la rentabilidad de la inversión. La suma de estos cuatro efectos explica hasta el 30% del déficit exterior (2,1% del PIB).
A pesar de estos efectos positivos en la sociedad española actual, de “nuevos ricos” existen ciertos comportamientos xenófobos y racistas. La inmigración no puede, no debe criminalizarse, ya que tiene su origen en la desesperación no en la perversidad. Además resulta imparable y se incrementará, mientras el mundo esté configurado así y siga aumentando la brecha abierta entre los países ricos y pobres. Por ende, mientras un padre o madre de familia o un/a joven no tenga futuro en su patria, tal como ocurre en toda Hispanoamérica o en África, no les importará atravesar desiertos, como en Arizona, desafiar aguas turbulentas en una patera en el Estrecho de Gibraltar, en un cayuco hacia Canarias o saltar vallas en Ceuta, en busca de un mundo mejor, aunque puedan ser detenidos, violados o muertos en las fronteras. Y si llegan a la “Tierra Prometida”, el camino que les espera será arduo. Se les acusará de todo: quitar puestos de trabajo, de quebrar la Seguridad Social y aportar crimen, enfermedad y hasta terrorismo. A pesar de todo seguirá habiendo emigrantes.


Cándido Marquesán Millán






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