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La manifestación contra el matrimonio de los homosexuales

 

 

 

            Mucho se ha hablado y discutido sobre la manifestación de ayer, contra la Ley de legalización de los matrimonios gays. Se han dicho tantas cosas, que resulta complicado hacerte una idea clara de todo lo ocurrido.

            El Foro Español de la Familia ha hecho la convocatoria formal de la manifestación, mas cualquiera, a no ser que sea un ingenuo, sabe que ha sido gestada en algún despacho de la calle Génova. Ha sido la tercera, en tres fines de semana seguidos. En todas ellas han aparecido dirigentes populares. La última ha coincidido con el día de reflexión de las elecciones gallegas. ¡Qué coincidencias más azarosas!

            Los sectores más retrógrados de la iglesia católica, encabezados por el cardenal Rouco Varela, en plena sintonía con el PP, la han secundado con fruición y nos han permitido contemplar un paisaje de ciencia ficción, al ver a una veintena de obispos, manifestándose detrás de una pancarta. Es todo un espectáculo, que, seguro, a Buñuel o a Lerroux les hubiera agradado sobremanera contemplar. Los obispos tienen todo el derecho del mundo a manifestarse, ya que así lo reconoce nuestra Constitución. Sería conveniente que tomaran buena nota y permitieran a todos los eclesiásticos dentro de su institución, a que pudieran hacer  lo mismo.

            Han aparecido tres grandes pancartas. La primera, con un título La familia sí importa, extraordinariamente equívoco. Resulta complicado saber qué se quiere decir con ello en concreto. De verdad, no entiendo nada. Que se les conceda a los homosexuales el derecho al matrimonio civil, no significa peligro alguno para mi familia. Podrá ser para la familia de Acebes o de Rouco. A la mía les puedo asegurar, que no.

            La segunda, Por el derecho  a una madre y a un padre. Es una realidad sociológica hoy que existen muchas parejas de hecho, de gays o lesbianas, que tienen hijos; por distintos procedimientos; biológicos o adoptados. No ha podido demostrar nadie que esos hijos sufran trauma alguno. Es más, me atrevería a decir que la educación que reciben, por casos que conozco, es exquisita. Y son niños felices e integrados sin problema alguno.

            La tercera, Por la libertad. Aquí si que se me funden los cables. Mi asombro es mayúsculo. No sé si se refieren a la libertad de sindicación, de asociación, de conciencia de educación o de la caza del cachalote; o cualquier otra. Deberían haber sido más explícitos.

            La iglesia católica, y, sobre todo, la española  ha ido siempre a remolque de los acontecimientos. Adormilada y arrumbada en las sacristías nunca ha llegado a entender el discurrir de las grandes corrientes de la historia. Pueden ponerse varios y claros ejemplos. Pío IX condenó en el Syllabus toda una serie de corrientes ideológicas. ¡Qué cantidad de  penalidades y miserias tuvo que padecer la clase obrera,  para que la iglesia católica saliera de su sopor y León XIII escribiera la Encíclica, Rerum Novarum.

            ¡Cómo y qué pronto de decantó la iglesia católica española contra la II República! ¡Cómo se comprometió en julio de 1937  a fondo con media España frente a la otra media con la famosa carta conjunta de los obispos apoyando la sublevación antirrepublicana (antidemocrática), y después legitimando la causa franquista al calificar la Guerra Civil de “Santa Cruzada”!. Con semejante actitud la Iglesia optó por ser enemiga de media España. El Dictador como pago a sus servicios incondicionales le concedió todo tipo de prebendas, con la firma del Concordato de 1951. No debemos obviar, lo cortés no quita lo valiente, la fina inteligencia y el espíritu abierto de Tarancón, principal artífice del mayor intento de agio ornamento del catolicismo español. ¡Qué diferencia de talante del cardenal de Burriana con el ínclito Rouco Varela! 

            Los obispos españoles en 1981, cuando se estaba promoviendo la Ley del Divorcio por el Gobierno de la UCD, decían: si se promulga correrá un grave riesgo la familia en España y gravemente dañado el bien común de nuestra sociedad.

            Hoy sigue ocurriendo lo mismo. La Iglesia  católica demuestra una insensibilidad, cuando no inmoralidad y falta de espíritu cristiano, al negar el uso de los anticonceptivos, en momentos que se está extendiendo el SIDA por todo el orbe terráqueo, con especial incidencia en el continente africano.

            Mucho me temo que hoy, al negarse al matrimonio civil de los homosexuales, la iglesia vuelve a equivocarse. Y no sería la primera vez, como acabo de mostrar.  Está apoyando una manifestación para impedir que una serie de ciudadanos alcancen un derecho que tienen ya otros. Éste humilde ciudadano quiere acabar, instando a que reflexionen nuestros conspicuos obispos con un fragmento de un manifiesto de todo  ese colectivo marginado: queremos invitar a reflexionar a los cristianos sobre dónde está Dios, sí en la voluntad de los que convocan la manifestación o en la voluntad de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales de convertirnos, por fin, en ciudadanos con los mismos derechos que el resto.  

 

Cándido Marquesán Millán      .

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