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La traumática sangría de las carreteras

    

            Hace días que tenía la intención de escribir unas breves líneas sobre la terrible e implacable mortandad producida en nuestras carreteras. Por una u otra razón, siempre lo iba aparcando. En cambio, hoy he decidido hacerlo, profundamente impresionado por las siete muertes producidas, dos de niños, cerca de Sigüenza.

            El índice de mortalidad en nuestras sociedades desarrolladas contemporáneas está producido fundamentalmente por las llamadas tres “CES”: corazón, cáncer y carretera. Sobre las dos primeras la ciencia médica está trabajando a destajo y hace mucho tiempo, para tratar de reducirlas. En cambio, sobre la tercera, la carretera, entiendo que hay cierta pasividad de todos, tanto de las instituciones, como por parte de la sociedad. Lo grave es que nos hemos acostumbrado a que todos los días mueran 17 personas; los fines de semana 40 o 50 personas.; y anualmente 5.400 personas y 26.000 sufran heridas graves, muchas de ellas gente joven. El coche se ha convertido en la primera causa de muertes entre los menores de 35 años, con los varones de 18 a 34 años como principales víctimas de una tremenda carnicería que la sociedad parece digerir con aparente insensibilidad, como si fuera un tributo inevitable al coche. Lo más grave es el coste humano, pero no se puede obviar el económico, que se puede valorar en unos 20.000 millones de euros al año. Esto es una lacra intolerable para las sociedades modernas desarrolladas. No podemos mirar hacia otro lado. Algo habrá que hacer. Las instituciones y la sociedad deben reaccionar.

            Los expertos en temas del tráfico hablan de distintas causas de esta horrible pandemia: mal estado de las carreteras, fallos técnicos, errores o descuidos humanos, exceso de velocidad y el incremento del parque automovilístico, que lleva consigo el que cada vez circulen coches más viejos. Siempre habrá muertes inevitables por el reventón de una rueda o el descuido humano. Mas, otras las más numerosas se podrían evitar. Si no lo hacemos todos somos responsables.

             Las instituciones deberían actuar con cierta lógica. Es incomprensible que las empresas automovilistas sigan arrojando a nuestras carreteras coches, que pueden sobrepasar los 200 Km. por hora, cuando hay unos límites de velocidad que todos conocemos muy bien. Alguien ha dicho que del mismo modo que se habla de violencia de género, debería hablarse de violencia vial. Quien se sienta al volante con unas copas de más, quien pisa el acelerador con total desprecio de las señales de limitación de la velocidad, quien ignora los semáforos rojos, quien adelanta de forma temeraria en raya continua y en curva, ejerce una violencia que debería ser castigada. Tendrían que incrementarse los controles de velocidad. Y todos nosotros, si somos buenos ciudadanos, estar de acuerdo con las multas a los infractores. Así como llevar a cabo campañas de mentalización en la sociedad, empezando por darle más importancia a la educación vial en las escuelas. Se imparten en nuestros currículos muchos contenidos menos importantes que los de la educación vial.

Nosotros los conductores somos los principales culpables. Deberíamos cambiar determinados hábitos de comportamiento a la hora del coger el volante de un coche Tendríamos que respetar las normas de tráfico. Así de fácil. Nos acostumbramos a que sea normal el que la norma sea el no respetar la norma. Todos observamos  las velocidades vertiginosas de muchos automovilistas. En cualquier autopista circular a 140 Km. por hora, supone que te van a sobrepasar continuamente otros coches; y eso implica que nuestro hijo nos mire con ojos apesadumbrados y nos diga que nos están pasando todos. Es frecuente alardear  que hoy me ha costado 1 hora y 30 minutos venir de Salou; con ello hemos ganado 10 minutos, y así nos podemos tomar una cerveza de más. Deberíamos respetar la distancia de seguridad; es frecuente que se nos ponga otro coche detrás del nuestro a escasos metros, con el consiguiente peligro para ambos, ante cualquier imprevisto que se pueda presentar. Deberíamos del mismo modo respetar los stops y los cedas el paso. Los padres deberíamos tener el coraje de impedir que nuestros hijos conduzcan los fines de semana, ya que todos sabemos lo que suele ocurrir cuando van o vuelven de las fiestas de un pueblo vecino. ¿Cómo pueden cambiarse estos hábitos? Muy fácil con la educación vial. Que no se diga que es imposible. No es cierto. Una escuela de buenas prácticas es la de los países nórdicos europeos. Yo me resisto a soportar esta auténtica sangría humana. Confío en que estas líneas sirvan por lo menos, para que todos reflexionemos un poco.

 

Cándido Marquesán Millán

           

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