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Un sombrío siglo XXI

      

A partir de 1989, como muy bien nos dijo con regocijo el ínclito Francis Fukuyama, el capitalismo se presenta ante el mundo como el flamante vencedor. Junto  con los Derechos Humanos, y en ausencia de adversarios creíbles, iba a extender sus virtudes benéficas por toda la Tierra, tenía que situar el planeta en un nivel de civilización sin igual. Hoy 17 años después de la caída del comunismo soviético, borrada la posibilidad de chantaje al monstruo totalitario, el capitalismo provoca sentimientos encontrados. Se producen escasos avances, pero también grandes retrocesos.

La realidad es cruda. Nunca hasta ahora se habían dado desigualdades tan profundas, como dice Pascal Bruckner. Podemos utilizar diferentes cifras que nos lo demuestran fehacientemente. Hoy, las trescientas cincuenta personas más ricas del planeta acaparan un patrimonio superior a la renta anual acumulada de casi la mitad de la población mundial. Y en 1998 los 2,7 millones de americanos más ricos poseían lo mismo que los cien millones de americanos más pobres. Diferencias que todavía se han incrementado, según todos los indicios. Estos hechos se explican por la globalización, la preponderancia de los mercados financieros, la revolución tecnológica, el paso de un capitalismo empresarial a un capitalismo patrimonial donde los accionistas imponen la norma en perjuicio de los trabajadores. De aquí se derivan la congelación de las rentas salariales, la desconexión entre el crecimiento económico y las cotizaciones bursátiles, y el término del contrato de trabajo establecido tras la II Guerra Mundial, que garantizaba la estabilidad del empleo y la protección social de los poderes públicos. Todas las grandes conquistas sociales se han borrado de cuajo o se quieren borrar, en pro de una sociedad más fría, más hostil cara los débiles y sonriente para los pudientes. Parece inevitable volver a comenzar, iniciar una nueva lucha por la dignidad y por la vida. Hay que volver a los inicios del movimiento sindical obrero, pero sin las ilusiones que movían a los sindicalistas de entonces. Parece el regreso de un capitalismo puro y duro, inmisericorde con los débiles, generador de empleos de baja cualificación y escasa remuneración, un sistema brutal pues carece de una perspectiva mejor.

Con ser ya grave todo lo anteriormente expuesto. Lo peor es que nos quieren convencer del carácter irreversible de esta situación. Ha fracasado el “comunismo”, una de las propuestas europeas de cambiar el mundo, pero de ahí deducir que el capitalismo es la panacea universal, es demasiado., Como señala  Josep Fontana, desde 1789 hasta el hundimiento del sistema soviético las clases dominantes europeas han tenido que convivir con unos fantasmas que atormentaban con frecuencia su sueño: jacobinos, demócratas,, anarquistas, socialistas, bolcheviques, maoístas…., revolucionarios capaces de ponerse al frente de las masas para destruir el orden social vigente. Este pánico les llevó a hacer determinadas concesiones que hoy, cuando ya no hay ninguna amenaza que les desvele- todo lo que puede suceder son pequeñas explosiones de protesta, que se pueden controlar sin mayores dificultades, no es necesario mantenerlas.

A bastantes víctimas  de la crisis actual se les intenta convencer, aduciendo que la culpa es de “otros”: los empresarios asiáticos que producen a bajo precio porque pagan salarios de miseria o de los inmigrantes africanos o de los países del este que nos arrebatan nuestros puestos de trabajo. Estas afirmaciones sirven para ocultar que los intereses de los inmigrantes y de los trabajadores europeos son comunes y así se evita que pueda surgir una conciencia de solidaridad entre ellos.

Antes de 1989 se pensaba que merced a los avances ininterrumpidos  tecnológicos se produciría una continua y positiva transformación de nuestra sociedad, en los diferentes ámbitos, sociales y económicos. Pero hoy la verdad más desagradable asoma ante nuestros ojos sorprendidos, ya que el programa modernizador iniciado hace 250 años, en el siglo de las luces, está ya agotado, no sólo en lo que se refiere a sus promesas económicas, sino también como proyecto de civilización, tal como estamos comprobando en estos finales del siglo XX e inicios del XXI, que se han producido más muertes por guerra, persecuciones y genocidios que en ninguna otra época anterior. Así como también auténticos desastres ecológicos sin parangón en la historia, todos ellos justificados por la necesidad de crecimiento económico.

Buena parte de la izquierda y del movimiento obrero, creían que las fuerzas de la historia estaban de su parte, que el progreso humano sería continuo e ininterrumpido, aun con las inevitables crisis, lo que significaría, más tarde o más temprano, pero con total seguridad, una victoria segura. Pero nada de victoria, todo lo contrario, una derrota estrepitosa. Desconcertada buena parte de los historiadores de izquierda, se han retirado a los cuarteles de invierno, a escribir y discurrir sobre el sexo de los ángeles, sin cuestionar con fuerza y vehemencia la situación actual, que a nada bueno nos puede conducir, a no ser que se produzca un giro copernicano, lo que no parece que vaya a ocurrir.

  

Cándido Marquesán Millán

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